martes, 7 de octubre de 2014

Cuando la muerte vino a nuestra casa

Jürg Schuiberg/Rotraut Susanne Berner

Lóguez Ed. 2013

+5

Esta historia está ambientada en un lugar donde hubo un tiempo en el que no conocían a la Muerte. Por eso, aquello que podía construirse se mantenía hermoso y entero, y no necesitábamos darnos los buenos días porque todos los días eran buenos. Esta situación idílica se trunca cuando aparece un viajero como otro cualquiera que tropieza y ha de quedarse a descansar y recuperarse una noche. Y este pequeño incidente lo cambia todo de manera dramática.

Explícito y crudo en una primera lectura, este álbum ilustrado trata con exquisita sutileza las múltiples caras de una vida con sentido, viva. La Muerte rompe la calma insípida del lugar y con ello enseña a sus habitantes a sentir. En las primeras ilustraciones vemos a unos personajes planos, fríos, que no expresan absolutamente nada en su “mundo feliz” hasta que la aparición de la Muerte los despierta. Y es un despertar suave, sutil, que se manifiesta en que los dibujos empiezan a moverse, a interactuar, a sufrir y, poco a poco, expresar emociones con sus rostros. La siniestra viajera trae a ese lugar aparentemente idílico el sufrimiento, pero también la compasión y el consuelo. Llega la vida con sus claroscuros.

Después de una lectura reposada del texto y de los dibujos, aprendemos que el hecho de que las cosas se acaben, marchiten, rompan, es, al mismo tiempo lo que demuestra que están vivas. Si moriremos algún día es porque estamos vivos. Saber que tenemos un final nos permite disfrutar del día a día y del otro, preocuparnos por su salud y desearle un buen viaje. La otra opción, aparentemente feliz, es una existencia hueca, de muerto viviente, sin sentido ni sentidos. Sin vida. Si queremos vivir, es preciso asumir que somos “vivos murientes”.

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